Author: Laura Margarita Medina Murillo
•9:29 p. m.

El cuento que ustedes leerán a continuación, escrito por José Ramón Meneses Aparicio, fue escogido por los escritores CLAUDIO ANAYA Y JAVIER FÉLIX, como ganador del Primer concurso de cuento y poesía, "El Norte, Mundo de Letras".


LA NIÑA Y LA LUNA.

En un lugar no muy lejano cuyo nombre se ha conocido como la Ciudad del olvido o Ciudad norte, en uno de los barrios cuyas casas estaban hechas con pedazos de tablas, cartones y latas, ubicadas en lo más empinado y faldudo de aquel escarpado terreno, estaba ubicado el rancho donde vivía Lucerito: una niña que apenas despuntaba los doce añitos.
Ella había escuchado de labios de su padre fascinantes historias sobre el Sol, la Luna, las estrellas y demás cuerpos celestes.
El trabajo de su padre consistía en salir de nochecon zorra de rodillos o carrito de balineras a recolectar plásticos, latas vacías de cerveza y gaseosa, y toda clase de basura que puediesen encontrar en las céntricas calles citadinas. En cada una de estas faenas, Lucerito era casi siempre su más fiel y confiable compañera.
Una noche como ninguna, ascendían padre e hija por la empinada carretera enteramente bañados por los luminosos rayos de la Luna. Lucerito observaba extasiada, cómo la radiante Luna surgía majestuosa por entre las imponentes montañas de oriente. Absorta en el mundo de sus pensamientos creaba y recreaba cada una de las historias contadas por su padre. Ya a punto de llegar a su destino, la niña rompe su silencio para preguntar a su progenitor: ¿Por qué si los demás trabajan de día, nosotros debemos trabajar de noche? Su padre levantando la mano, señala a la Luna y con un tono jadeante, voz entrecortada por la fatiga, así responde a su infante asistente de trabajo: Por que cuando ella sale, nos va bieny al día siguiente hay carne en el plato y sus hermanitos podrán asistir a la escuela con el estómago bien lleno.
Y así entre observaciones estelares y diálogos muy cortos, avanzaron sigilosos hacia la gran urbe iluminada. Una vez allí en las céntricas calles de una "Ciudad Bonita", recorrieron las calles acera por acera recogiendo cartones, plásticos, papeles y otros desechos arrojados a las vías desde los locales que habían cerrado tan sólo unas horas antes.
La zorra de rodillos o carrito de balineras ya estaba repleta de valiosa mercancía, tanto que sobrepasaba la mediana estatura de su padre. Lucerito le pidió que la llevara sentada encima de aquel atesorado botín que mucha alegría le había prodigado, quería estar en lo más alto de los cartones y del pequeño vehículo de madera. Mientras tantodesde una catedral cercana se oían dos campanazos que anunciaban los primeros respiros de un día que acababa de nacer. El desplazamiento de regreso a casa era cómodo y tranquilo, pasaba el tiempo y también pasaban las cuadras que iban quedando atrás, se encontraban bajando por aquella carrtera, desde donde se veían las lejanas y titilantes luces de un barrio de invasión.
Unas cuadras atrás un Simca Mil, sigzagueaba como a mil. Sus únicas luces eran los destellos producidos por los rayos de la Luna al reflejarse en los vidrios panorámicos.
Más abajo en la carretera, Lucerito acostada sobre el producto de una noche de trabajo, soñaba con conocer y saludar a la luna para ponerse a su servicio y formularle una propuesta a la cual no podía negarse jamás.
El Simca MIl se acercaba cada vez a mayor velocidad, de su interior se despedían fuertes olores de ácido etílico con suaves aromas anisados.
Lucerito sin dejar de mirar la Luna, continuaba más y más su fantasiosa imaginación, Lucerito soñaba. En una curva llamada "Tiburones" el raudo automotor se sale de control y se enfila hacia un pequeño vehículo de madera cargado con materiales reciclables.
Lucerito imaginaba... soñaba: "Qué lindo sería si todas las montañas estuviesen hechas de turrón y caramelo, que los ríos fuesen grandes corrientes de miel y chocolates derretido, que no hubiesen escuelas para hacer del mundo un gran salón de juegos". De pronto sintió que sus pequeños pies rozaban suavemente las copas de los árboles. Qué bello era todo desde arriba. Lucerito volaba, se dió cuenta que volaba.
Decidió detenerse. Algo extraño ocurría con su cuerpo, descubrió que de su ser se desprendían refulgentes rayos de color tornasolado, una inmensa dicha desbordaba su infantil y pequeño corazón. Algo que jamás había sentido, algo de lo que nadie, jamás, le había hablado.
Lucerito voló ágil y feliz entre los árboles y calles encrucijadas, por techumbres y casas entabladas, hasta llegar a su rancho el más humilde de la barriada.
Allí estaban, era muy tierno verles plácidamente dormidos, se trataba de sus seres más requeridos: eran mamá y sus hermanitos. Quiso gritarles cuánto los amaba, pero no lo hizo. En silencio y con cuidado salió de la pequeña casita. La Luna la envolvió en sus rayos. Lucerito recordó la propuesta que le tenía a ella. Levantó su vuelo, sobrepasó las casas, también los árboles, dejó abajo las montañas, superó las nubes y llegó a la Luna.
Cuentan los vecinos y aquellos quienes la conocieron, que desde aquel día el padre de Lucerito jamás se ha vuelto a quedar sin trabajo, que sus hermanitos son los mejores vestidos y bien alimentados de la escuela y para siempre allá junto a la Luna se transformó en Lucero.

Por eso cuando la Luna sale cada noche la acompaña siempre un gran Lucero. Es decir, Lucerito.
FIN
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